Fantasía y realidad

San, que así se llama, es un ser fantástico, mayúsculo, desgarbado, de piel rugosa, áspera,  nariz alargada, jamba, ovalada,  manos de hojarasca, ojos saltones y una única pestaña,  de aspecto bonachón y bastante timorato, tiene la peculiaridad de mimetizarse con lo que le place, especialmente  árboles, gusta sobre todo de olivos, alcornoques y encinas, de cuyos frutos se alimenta, alguna vez de conejos y perdices, y de postre siempre flor de jara, su gran pasión. De piel rojiza y acorchada, toma el color que le viene en gana dependiendo de la estación del año,  es difícil ver, aunque a veces merodea por las  luminarias que se celebran en la localidad que lleva su nombre, en los meses de diciembre, por Santa Lucía, siente atracción por el fuego, aunque el calor de las llamas le impiden cambiar de aspecto a voluntad, y sobre todo los fuegos de artificio como los que cada segundo domingo de agosto se celebran en honor a la patrona la Virgen del Consuelo.

San, que así se llama, y según me cuenta, gustó de vivir en cuevas, cúmulos de piedra y torreones: Durante largo tiempo residió en la torre del castillo andalusí que a modo de defensa construyeron árabes en el arrogante cerro San Cristóbal, conquistado por la belleza de los macizos y los valles que lo bordean, por su espectacular visión del cielo estrellado,  por sus lunas de estaño, donde junto a su ilustre amigo Mario Roso  descubrió un cometa, y por ser además y sobre todo un lugar sano, bañado de numerosos ríos, arroyos, fuentes y manantiales; la fuente del moro, el rio Ruecas, el Jinjal, el Molinillo,  el Helechal, y el majestuoso pilón de la Plaza de España. Las faldas de la sierra, las dehesas y sus vegas le proporcionan todo tipo de alimentos; frutos, hortalizas…, y también refugio  en las numerosas minas y cuevas naturales. Vivió durante algún tiempo en la torre de la mina Costananza, y a veces pernocta a su antojo en cualquiera de las numerosas casas señoriales.

 Desde las Villuercas logró observar, según me cuenta,  el asentamiento de los primeros  agricultores y ganaderos a las faldas de la sierra, las extracciones de minerales que durante siglos atrajo a diferentes pueblos como el fenicio, árabes y romanos, el primer viaje a las Américas con su amigo Martín, la construcción de las ermitas de Santa Ana y del Consuelo, la iglesia de San Mateo y del Cristo, y el rollo que dio al pueblo la categoría de Villa.

A San lo recuerdo la primera vez, en el parque del alcornocal, me llevó a recorrer 20 mil leguas en el Nautilus, donde fuimos atacados por  monstruos submarinos y tuvimos que escapar. Desde entonces siempre me acompañaba a sacar las ovejas a pastar y durante esas largas horas vivimos fantásticas aventuras; un viaje en globo alrededor del mundo en 80 días, otro a la Siberia de los Zares con un tal Miguel Strogoff. Me contó multitud de hechos históricos, -para esto es muy serio- sobre la emigración extremeña hacia el norte de España o al extranjero,  la guerra civil que también dejó algún bombardeo en nuestra tierra y durante la cual se refugió en los Guadarranques, donde convivió con una manada de lobos, la postguerra y el hambre. Después, tras la llegada de la democracia, logró que me interesase sobre política, revolución sexual, me contó historias sobre la evolución humana, temas de ciencias y letras, religiones, ensayos de todo tipo, y por último me fue presentando a sus mejores amigos; Miguel Hernández, Unamuno, Benedetti, Gloria Fuertes, Federico García Lorca...

 Se distraía y me distraía con mucha facilidad,  me confundía, empezaba  las historias por el final, desde la última página hacia atrás, yo a veces me enfadaba con él; tengo que marcharme y debes irte a casa San, que así se llama, él se levantaba lentamente, muy lentamente, como esperando que me arrepintiese, daba un salto, se acomodaba en la página, doblaba la esquina superior derecha a modo de señalización para que me acordase donde estaba y cerraba la tapa.

Pertenece a una clase de ogros inteligentes, mágicos, astutos, bondadosos, humildes, luchadores, conquistadores y pacíficos.  Pese a su gran tamaño y apariencia es una criatura sobre todo curiosa y con gran capacidad de adaptación a los tiempos, que gusta  de difundir la cultura y costumbres de las tierras donde reside y que dan nombre a la Villa del Consuelo que lleva su nombre y que así se llama, el pueblo del Ogro San.

Madrid, 30 de Marzo de 2019

Pedro Moreno Parrina

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