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ME SOÑAO

Me soñao con la manejanta –mi hermana la mayor- era domingo, tenía preparaos en el patio de casa, o en el zagúan, los avíos pa bañarnos a los  más chiquininos; una palangana de porcelana o un barreño de zinc, estropajos,  jabón y una toalla -la misma para todos-. En cuanto la veíamos colocando los achiperres para el baño semanal cogíamos carrerilla y salíamos corriendo a escondernos ¡cuánto trajín se traía con nosotros y menudo desparpajo se daba!

Aunque calentase el agua -al ser la misma para todos- a los últimos nos entraba la tiritera, menúa pechá de restregones nos pegaba con los fregones en las rodillas, en los codos, en los tobillos y detrás de las orejas, nos dejaba zaleaos, entre eso y los pescozones, buah…, pero  bueno nos quitaba la roña, y los lamparones de la ropa, a la chica la peinaba esos pelánganos  que siempre llevaba, y a todos  nos dejaba bien escachapaos.

Tenía mucha abeliá pa las cosas de casa -como fue la primera- después llegamos los demás; el modorro, el gandul, el enrea, el zambombo, el cabezón, el pamplinas, el garrulo, la tunanta, el mostrenco, la burranca, el sabijondo, el escuchimizao, el bandarria, el jurguilla, la perigalla, el monicaco, y un sinfín de apelativos que nos poníamos, entre nosotros, pa enrabietarnos. Todos teníamos varios, dependiendo de la ocurrencia del momento.

Un día dio la campaná, la mayor, la manejanta, empezó a hablar con un zoriteño, forastero, vamos… casi extranjero, -pero de eso no se podía hablar- yo intuía que algo extraño ocurría, la veía un poco revenía y más arreglá de lo normal, cuando me enfadaba con ella, la decía: te restriegas  más que una gata mansa.

Con el tiempo se casó –con su ajuar y todo- y pasó el título a la siguiente mujer, bastante mayor que yo -18 meses-, con la que más me ajuntaba, pero a esa yo la podía –la ganaba en las peleas- dándole mochazos contra la pared.

Recuerdo que un día, de repente, se hizo mujer, chismorreaba con sus amigas, me barruntaba que tenía algún secreto, me reconcomía no entender de qué hablaba con sus amigas, solo pillaba cosas sueltas; que sangraba por no sé donde, no sé qué de un período,  risas, llantos, y muuuuucho misterio, el caso es que estando todos sentados a la mesa y esperando alguna reacción o respuesta de mis padres, espeté en alto:

- ¡Ésta tiene una regla!

- Mis padres se miraron, me reprendieron con unas cabezás  y no pasó nada, seguí sin respuesta.

 FAMILIA2

Qué tiempos aquéllos que veíamos las pelúquilas de la UHF y comíamos abúchelos de vez en cuando, y nos añurgábamos –del verbo añurgar, sinónimo de esgañutar- y jugábamos con bolindres, cristalones o chinatos, y nos hacíamos raspajillones y pitaeras cuando nos escalabrábamos, y nos montábamos a burriqui y corríamos por las plazoletas a jugar al escondite, a la comba, al clavo, y a manga, mediamanga y manga entera.

Los dos varones mayores -12 - 14 años- eran los matanchines y los encargaos de ir a las corralás a echar de comer a los guarros, borregos y demás, a sacar las cabras, a ordeñar las vacas... También eran los encargaos de “mover” –amasar con los puños- las esportillas de morcillas patateras, de vientre, chorizos, salchichones, de ponerse a la manivela de la embutidora para llenar –envasar en tripas- esas viandas tan extremeñas. Pero ellos no manejaban, solo cumplían lo que mis padres  les  mandaban.

Las manejantas –mis hermanas- eran las encargadas de cuidarnos, sobre todo de los más enguajarretas –los pequeños- o del escuchimizao de turno, que siempre había alguno. Cuando estábamos transíos; batíos de leche y huevos o un cachino de chocolate la campana, o cuando nos entraba cagalera; arroz cocío, o cuando estábamos escocíos, alguna crema, y también cuando nos entraba la calentura; se ocupaban de meternos en la cama y  arroparnos con  sábanas limpias y un cobertó.

 

Madrid, 29 de marzo de 2019

Pedro Moreno Parrina

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