LA PRUDENCIA

Cuántas veces me dije que terminaría por ir a visitarle a la cárcel, lo intuía en la mayoría de sus actos, en su irrefrenable fuerza, su juventud, sus ansias, sus ganas de vivir aprisa lo arrastraban a una constante imprudencia, su arrojo, sus sin medidas, y sobre todo la ausencia de miedo, no tenía miedo, en realidad no es que no lo tuviera es que no lo conocía, había nacido con esa característica, o más bien sin ella, desconectado de esa emoción innata y básica para los humanos y demás animales que conlleva el no sobrepasar determinados límites con el fin único de la supervivencia.

En alguna ocasión le pregunté si comprendía o era capaz de discernir sobre los límites de la ley, de la justicia, o al menos los de la ley natural de la vida, aquellas lindes que delimitan lo bueno de lo malo, me refiero a la consideración social de esos conceptos, no pongo en duda su bondad, y que no se deben sobrepasar o, en su caso, atenerse a las consecuencias, casi siempre desagradables.

De hecho, si le hice esa pregunta fue porque había observado que sobrepasaba asiduamente cualquier límite conocido por mí, yo era por aquel entonces miembro de las fuerzas de seguridad, y los tenía bastante claros, justo me encontraba al otro lado de la línea divisoria. Gustaba de una conducción rápida, imprudente, temerosa, así como la forma de tomarse la vida, a tragos, la manera de provocar a los demás, las formas de responder a cualquiera que le pidiese explicaciones o le juzgase, a menudo jugaba con fuego, las peleas le atraían, a ser posible con armas blancas, imagino que con armas de fuego también, en este sentido, yo mantenía fuera de su alcance mi Beretta nueve milímetros parabellum. La provocación fue una constante; luchas, peleas, drogas, de esto último fuimos conscientes tras la analítica que le realizaron después de sufrir un grave accidente de tráfico.

Nunca lo vi alterado o nervioso, por el contrario poseía una fuerza física tremenda, una energía irrefrenable, sin mesura.

Fui incapaz de llegar a conclusión alguna de por qué lo hizo ¿Qué era necesario tener, o quizás, no tener; valor o miedo? ¿Miedo a la vida, o tal vez, miedo a sí mismo, a lo que era capaz de hacer? ¿Fue valentía o simplemente no conocía el peligro?

La mayoría de las veces creo que en realidad carecía de ambas, no tenían sentido alguno; el juicio, la sensatez, o el equilibrio, y sobre todo la prudencia era para él un sin sentido, esa maldita prudencia que le permitió no causar daño alguno a su pareja, o al supuesto amante de ésta, y que no impidió que se encaramase a una banqueta y se anudase aquella irrompible y severa cuerda sobre su cuello.

Se llamaba Germán, tenía veinte años, era mi hermano.

Este texto lo escribí para participar en la propuesta semanal que la página de escritores cuatro hojas hace  semanalmente, en este caso el tema a exponer era La Prudencia,  está inspirado en mi hermano Germán, aunque es biográfico está novelado. 

Madrid, 20 de noviembre de 2019

Pedro Moreno Parrina

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