Ring… Ring… Ring… –Cada vez que sonaba el teléfono era todo un acontecimiento familiar, inmediatamente acudíamos alrededor del aparato, color verde claro que colgaba de la pared de la sala de estar, para enterarnos de quién llamaba y para qué. Aquellas llamadas no eran superfluas, se hacían siempre por causas de fuerza mayor, a fin de comunicar acontecimientos importantes como un embarazo; un nacimiento; un casamiento; una enfermedad; una defunción; para solicitar ayuda económica o el envío de un paquete con comida; informar de que iban a venir al pueblo a ver a los abuelos o a pasar las fiestas, y preguntar si podrían quedarse en casa unos días.
-Buenos días Jesús, tiene una llamada a cobro revertido ¿La acepta?
- Sí, será mi hijo, el que está haciendo el servicio militar.
-Un momento, por favor, le paso.
–Todas las llamadas, tanto de entrada como de salida, se realizaban a través de la centralita de teléfonos, situada encima de casa, se dirigían a cada uno de los abonados por su nombre, pues las telefonistas conocían todos y cada uno de los que disponían de ese lujoso aparato.
-¡Lo que debían saber aquellas mujeres! –Me preguntaba a menudo-.
Quienes no tenían posibles económicos llamaban a cobro revertido, la mayoría de las veces este tipo de llamadas era aceptadas, otras no, si la situación económica de la familia no lo permitía.
-¿Diga?
-¿Papa?
-Dime hijo.
-¿Cómo estáis?
-Por aquí estamos bien todos ¿Y tú? ¿Te ponen bien de comer? ¿Necesitas alguna cosa, quieres que te enviemos un paquete?
-Bueno…, estoy bien, he hecho algunos amigos, uno de Cañamero y otro de Berzocana. El teniente de mi compañía conoce al primo José Antonio y me ha dicho que aproveche pa sacarme el carné de conducir y que en cuanto pueda me mete como su conductor, así que estoy estudiando y haciendo prácticas.
-Dime como se llama tu teniente y llamo al tío Diego pa que hable con el primo, a ver si puede hacer algo por ti.
-El teniente Rodríguez, de Granada, dice que es de la misma promoción de oficiales que el primo. Por aquí hace mucho frio, hemos estado unos días de campamento y no ha dejado de llover, el rancho es muy malo.
-Vale, en cuanto podamos te enviamos un paquete con comida. Espera que se pone tu madre.
-Hijo mío ¿Cómo estás, estás comiendo bien, has adelgazao mucho? – en voz baja -¿Necesitas tabaco? - Solo se les permitía fumar a los hombres, pero delante del progenitor no podían hacerlo hasta después de cumplir el servicio militar-.
-Sí mama, mándame algún cartón de ducados en el paquete, si podéis. No te preocupes por mí, que yo estoy bien, se va a cortar, que no quiero que os cueste mucho, si puedo os llamo el próximo domingo, o si no, la siguiente semana.
-Conferencia-
-Dígame.
-Quiero poner una conferencia con Madrid.
-¿A qué número, por favor?
- Al 1-9-6-5.
-Manténgase a la espera. -En estos momentos no hay comunicación ¿Desea mantener la conferencia para cuando se restablezca la línea?
-Sí, que tengo que hablar con mi hija, la que se fue a Barcelona.
-Cuelga y te avisamos.
Con el tiempo, el teléfono se fue convirtiendo en imprescindible en la sociedad, instalamos un artilugio en nuestro bar, un marcador-contador por pasos, para uso público que permitía el cobro de esas llamadas a todo aquella persona que quisiera utilizarlo. Siempre pendientes del Tac, Tac, Tac, incesante y angustioso, que marcaba la cantidad de pesetas que tendrían que pagar una vez finalizada la llamada, lo que obligaba al llamante a no quitar ojo y oídos al tacógrafo mientras conversaba.
Madrid, 6 de abril de 2020
Pedro Moreno Parrina.