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El Ogro San

-Evidencias-

Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, más ocho; dieciséis –sumo mentalmente mientras camino para intentar evadir sus constantes provocaciones y llamadas a mi atención.

Salí temprano de casa con la idea de disfrutar de un paseo tranquilo, a solas, tomar aire fresco, tal vez evadirme, escapar del enclaustramiento tras varios días de lluvia rutinaria, plomiza, casi melancólica.

Salí de casa temprano con la idea de bajar al Molinillo, hacía años que no iba a ese rio, más de cuarenta. Nada más iniciar el trayecto, la memoria comenzó a desempolvar algunos de los maravillosos recuerdos que tuvieron lugar en aquellos parajes: la primera calada a un cigarrillo; los juegos entre indios y vaqueros por los canchales; los chapoteos en el charco la Lana; la dolorosa sensación de recibir varias picaduras de avispas; la persecución de peces, ranas, libélulas, o de pequeños palos que simulaban ser barcos navegando corriente abajo y a los que era necesario ofrecer una pequeña ayuda cuando quedaban varados entre los obstáculos propios de la vegetación marginal del cauce.

Las orillas de los ríos suelen tener hierba fresca durante gran parte del año y son un buen lugar para que los rumiantes campen a sus anchas mientras se afanan en dar buena cuenta de ella, lo que me permitía dar rienda suelta a mis fantasías mientras devoraba algún libro.

Él era consciente de que ese puente, junto con el romano y el del rio La Cancha, era uno de mis paisajes preferidos para jugar, fantasear, inventar historias…, y seguramente por eso aprovechó la ocasión para hacerse visible, distraerme, provocarme, y quién sabe si para levantarme el ánimo, como solía hacer cuando yo era un niño.

Se me mostró burlón, triste, sorprendido…, mimetizado en varios tipos de materiales: hierro, piedra, tierra, en la corteza de un olivo... En un principio no quise prestarle mucha atención, -once por once; ciento veintiuno, doce por doce; ciento cuarenta y cuatro, trece por trece; ciento sesenta y nueve…- intentaba ignorarle pero ante su persistencia no tuve más remedio que hacerle caso.

-Sé que estás ahí, te he intuido hace rato –me dirigí a él mentalmente- estoy dando un paseo, sé que llevamos bastante tiempo sin vernos y me alegro saber que sigues por estos lares –continué hablando mentalmente mientras caminaba-.

No obtuve ninguna respuesta verbal, solo imágenes, visiones tal vez, pero… ¿cómo no pararme a observarlas y efectuar una inspección ocular?

-¡No me van a creer! ¿Por qué me haces esto San?

Pocas veces se me ha mostrado en tan diferentes formas, con tanta insistencia y en tan corto espacio de tiempo como aquella otoñal mañana en la que me persiguió durante aquel enigmático paseo por los alrededores de Logrosán.

Si una imagen vale más que mil palabras, tal vez no deba escribir ninguna más e incluir directamente estas fotografías, que valdrían por tres o cuatro mil. Aún así creo que debo explicaros que no son efectos ópticos; son totalmente reales, y que fueron sucesivas, como si de diapositivas se tratase. A riesgo de que pongáis en duda mi cordura, os las muestro, y os confirmo que sí, efectivamente, es el Ogro San, o tal vez solo hayan sido producto de mi imaginación, sacad vuestras propias conclusiones.

 

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Nota: las fotos las hice en el transcurso de una hora y media, el día 6 de diciembre de 2019 en Logrosán.

Madrid, 16 de abril de 2020

Pedro Moreno Parrina.

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