LA PONDEROSA

 Nina

La guarra Nina. Las vacas: Mariposa, Paloma y Estrella. La cabra Moni. Las ovejas: Maya y Niebla. Los perros: Rintintín y Nesca. Todos ellos tenían carácter propio y una particular forma de ser y actuar, casi los considerábamos de la familia, ya que eran, además, gran parte de nuestro sustento.

El nombre de “La Ponderosa” lo tomamos prestado del rancho de los Bonanza, serie televisiva estadounidense -la cerca, como la llamábamos- era un pequeño terreno vallado donde teníamos los animales, una granja, en realidad, que constaba de pocilgas, vaquerizas, establos, gallineros…, además de un pequeño huerto.

A mis primos, los de la capital, les extrañaba que distinguiéramos a simple vista a cada vacuno, cada caprino, cada ovino, incluso cada gallo o gallina. Todos y cado uno de los animales de cada especie eran diferentes, pero no solo por su apariencia física; la cornamenta, las patas, los hocicos, o la mayor o menor cantidad de pelaje, plumaje más o menos colorido y vistoso, o lana en su cuerpo, sino también por el temperamento. A ellos –los de ciudad- todos los animales les parecían iguales, no distinguían apenas sus diferencias, nosotros sin embargo éramos capaces de diferenciar a cada uno por el carácter, su genio y modo de comportarse. Podría decirse que cada cual tenía su propia personalidad animal.

Uno de los grandes retos, casi un juego, que teníamos en casa era ponerles nombres, y esto sucedía cuando ese animal destacaba entre los demás y eran escogidos para determinadas funciones que no fueran las del simple engorde y, una vez alcanzado el peso considerado idóneo, sacrificarlo para consumo humano. Pero si por sus características físicas, mis padres consideraban que determinada cerda, vaca, oveja, cabra o gallina, podían ser adecuadas como crías, entonces todo cambiaba, aquel animal era tratado de una forma muy especial, ya que su función sería criar y crear prole, esto implicaba que estarían durante algunos años con nosotros, entonces los bautizábamos con los nombres más ocurrentes, y de moda según la serie televisiva o de dibujos animados que estuvieran echando por aquellos entonces: Heidi, Marco, la Abeja Maya, Rin tin tin, etc.

Qué os voy a contar de Nina, la guarra, hasta nos hicimos fotos con ella, eso ya dice mucho de la relación que entablamos, casi de amistad, de cariño. En aquellos años que tan siquiera nosotros podíamos permitirnos ir a los fotógrafos Diaz a menudo para hacernos una instantánea sino en fechas muy señaladas, ella sí merecía ser inmortalizada. Nina, como madre, era única, no solo por la cantidad de crías que traía al mundo en cada parto, sino también porque era una madraza, merecía la pena ver de qué forma tan delicada y amorosa trataba a los lechones, sus crías, y a nosotros, sus amigos, nos permitía subirnos a sus lomos, incluso a veces creo que nos incitaba a ello; se acercaba con la cabeza gacha, nos acariciaba con su hocico gruñendo delicadamente como concediéndonos permiso para subirnos encima de ella, que parecía que disfrutaba mientras nos paseaba y trotaba con nosotros encima alrededor de la Ponderosa, nuestra cerca.

La vaca Mariposa era, charolesa de raza, buena como ella sola, muy tranquila, se dejaba acariciar, jamás se quejaba o daba una patada fuera del caldero o barreño que utilizábamos para ordeñarla, parecía saber cuál era su función; lechera. O tal vez fuera consciente de que una vez la habíamos ordeñado lo suficiente, a continuación dejábamos entrar a su ternero al recinto para que se amamantara.

Teníamos dos vacas suizas, de raza; la Paloma, bastante arisca y buena madre, y la Estrella, esta era muy impersonal.

La oveja Maya destacaba por su pronunciado hocico, bueno y también porque era altiva y orgullosa, sobresalía entre las demás por su gran envergadura, iba siempre en cabeza dirigiendo la manada. Si había que cruzar cualquier rio, que a consecuencia de las lluvias estaba crecido, ella era la primera en atreverse a cruzarlo, era las más decidida, y por supuesto, una vez cruza una las demás van detrás, como diciéndose para sí mismas: si esta puede nosotras también.

Moni, la cabra, hacía honor a su raza; estaba como una cabra, era muy graciosa, pero nos causaba bastantes problemas; siempre iba a su bola, en cuanto te descuidabas un segundo, daba un brinco y saltaba la primera pared de piedra que le venía en gana, ¿Y por qué hacía eso? -Se preguntarán- pues porque la cabra tira al monte y va de flor en flor, la encantaba brincar y saltar paredes, alambradas o cercados, probar la hierba fresca y virgen de los vecinos.

Como os comentaba anteriormente, el gran dilema surgía cuando para estos animales llegaba el final de la función vital para el que habían sido escogidos y cuidados de manera muy especial, al tener nombre propio, y haber creado ese vínculo, casi familiar, con nosotros, la pregunta era ¿Quién es el valiente que se atreve a darle la escotada mortal a Mariposa, a Moni, a Maya, a Estrella, a Caperucita Roja -la gallina- o a Copito de nieve -el carnero- o al verraco Bandolero?

Aquello se convertía en un verdadero drama familiar.

 

Foto tomada en Logrosán hacía 1974. Mi madre Enriqueta, mi hermano Manolo y la guarra Nina.

Madrid, 23 de enero de 2020

Pedro Moreno Parrina.

© 2018 firma moreno linares. Todos los derechos reservados.